¿Te atreverías a liderar en medio del caos?
- Alberto Tovar
 - 13 sept
 - 2 Min. de lectura
 

Cuando se habla de liderazgo, suele dibujarse un escenario ideal: mercados en expansión, equipos alineados y recursos abundantes. Sin embargo, la realidad sitúa al nuevo directivo justo en el lugar donde la organización perdió ya el rumbo. Se llega ahí no para estrenar oficina, sino para corregir fallas. Liderar, en esas circunstancias, implica empezar con humildad y hacerse una pregunta clave: ¿qué está sucediendo realmente aquí?
Es comprensible la tentación de ejecutar cambios inmediatos. Empero, reorganizar estructuras, despedir personal o lanzar nuevas estrategias desconociendo la raíz del problema suele empeorar la crisis. Un diagnóstico riguroso —basado en entrevistas profundas, revisión cuidadosa de datos y escucha activa— es la mejor inversión durante los primeros días. Sin ese mapa, cualquier decisión será disparar al aire.
Todas las crisis son diferentes. Algunas son operativas: procesos sin dueño, tecnologías obsoletas, indicadores dispersos. Otras son emocionales: equipos agotados, nudos de desconfianza, o un cinismo instalado en la cultura organizacional. También hay crisis de eficiencia: esfuerzos que no se traducen en resultados concretos. Identificar cuál domina permite dimensionar correctamente la urgencia y asignar recursos con precisión.
Los noventa días iniciales son de crucial relevancia. Para ello sirven tres principios. Primero, escuchar antes de hablar. Conversar con mandos medios y colaboradores clave aporta más información útil que cualquier reporte. Segundo, separar lo urgente de lo importante. Algunas fugas de recursos son críticas, otras pueden esperar. Tercero, lograr pequeñas victorias tempranas. Simplificar un proceso o mejorar son rapidez ayuda a recuperar la confianza perdida y revitaliza al equipo.
Cuando el desgaste emocional es evidente, se necesitan más que las métricas frías. Es imprescindible reconstruir las conversaciones, aclarar acuerdos y establecer reglas mínimas de respeto. Detectar a los saboteadores pasivos —quienes no se oponen abiertamente, pero frenan silenciosamente cada iniciativa— requiere tacto. A veces basta con ofrecerles visibilidad y responsabilidades específicas; otras, con redefinir claramente sus funciones.
Una vez superada la fase más aguda, el liderazgo debe mirar más allá de la mera contención. Diseñar un plan progresivo de recuperación requiere metas realistas, revisiones periódicas y una comunicación transparente. Además de reportar ventas o costos, conviene evaluar la energía del equipo, la calidad de las decisiones y la velocidad con que aprenden.
Un líder eficaz en tiempos difíciles no precisa fórmulas heroicas, sino claridad para reconocer patrones, paciencia para evitar resoluciones apresuradas y carácter para sostener aquellas que sean necesarias, aunque impopulares. Sobre todo, requiere empatía para recordar que detrás de cada indicador hay personas que han vivido durante meses en la incertidumbre.
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