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¿Te atreverías a tener un coach de IA?

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Con el auge de modelos de Inteligencia Artificial (IA) cada vez más sofisticados, se ha vuelto común recurrir a ellos para resolver dudas, tomar decisiones o incluso explorar aspectos personales, llegado al punto de reemplazar el acompañamiento de un psicólogo o coach por estas herramientas digitales. Pero antes de recorrer ese camino, vale la pena preguntarse cuáles son las ventajas y los riesgos de delegar nuestro desarrollo interior a un algoritmo.

El hecho de que la IA esté siempre disponible y que responda con cortesía, coherencia y conocimiento, explica su creciente uso como herramienta de autoexploración. Al interactuar con ella no solo se obtiene información; también se abre la posibilidad de pensar de otra manera, cuestionar rutas mentales arraigadas y descubrir recursos internos que quizá estaban ahí sin ser advertidos.

En el terreno del coaching, la IA puede organizar ideas, explorar dilemas, ofrecer aliento y facilitar cierto seguimiento cotidiano. No se fatiga, no juzga, y tolera la repetición sin mostrar impaciencia. Además, propone marcos conceptuales y metodologías útiles para clarificar problemas complejos. Su neutralidad y capacidad de síntesis aportan valor a quien busca ordenar pensamientos.

Sin embargo, hay límites que deben reconocerse con honestidad. Una herramienta digital no confronta cuando reincidimos en patrones conocidos. No capta lo que subyace a nuestras palabras, ni interpreta las emociones que se deslizan en los silencios o en el tono. Tampoco construye un vínculo capaz de impulsarnos desde lo profundo, ni responde éticamente por las sugerencias que ofrece. Un coach bien formado cuenta con habilidades que van más allá de la precisión verbal: escucha activa, intuición emocional, capacidad de confrontación constructiva y la presencia firme que sostiene cuando intentamos cambiar.

Conviene recordar también que el desarrollo personal no se nutre únicamente de conversaciones estimulantes. Todo material que contribuya —libros, cursos, podcasts, artículos— tiene su valor como punto de partida para reflexionar, aprender y crecer. Pero el coaching excede los conceptos y los ejercicios, pues es un proceso vivo, dinámico, que ocurre en relación con otro ser humano. Y en esa relación, entender no basta; lo relevante es transformar.

El coaching bien ejercido nos saca del terreno cómodo de la teoría y nos empuja a la acción. Nos desafía a dejar de dar vueltas sobre lo ya sabido para pasar a construir cambios reales, tomar decisiones difíciles y trabajar de forma sostenida en nuestros objetivos. Esa transición del pensamiento a la acción resulta más probable cuando existe un tercero que no se deja engañar por excusas, que acompaña, pero también presiona con firmeza hacia el aprendizaje y el movimiento.

La IA puede ser una gran aliada para clarificar ideas y planear pasos, pero no reemplaza el momento en que alguien te mira a los ojos (de manera literal o simbólica) y te hace ver que ya no es posible seguir evadiendo. El aprendizaje profundo ocurre cuando dejamos de girar en torno a lo que pensamos y nos atrevemos a actuar. Y en ese umbral, el acompañamiento humano sigue teniendo un valor insustituible.

Quizá, entonces, la pregunta no sea si hay que elegir entre la IA y un coach, sino cómo integrarlos con sensatez. Utilizar la tecnología para ordenar pensamientos, descubrir nuevas perspectivas o preparar una conversación significativa es un avance. Pero cuando llega el momento de romper inercias, abandonar la comodidad o enfrentar lo postergado, el encuentro humano es insustituible.

¿Te atreverías a tener un coach de IA? Coméntame en LinkedIn, Instagram, o X y sígueme en el podcast “Dinero y Felicidad”, en Spotify, Apple Podcast, entre otros

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