En el ámbito empresarial es común terminar el año en medio de evaluaciones de resultados y objetivos para el que viene y se presenta la posibilidad para reflexionar sobre el camino recorrido.
A menudo, se percibe la autocrítica rigurosa como un vehículo para el avance, enfatizando errores y oportunidades perdidas, dando la idea de que hay exigencia para hacerlo mejor en el siguiente periodo. Si bien, se extraen lecciones analizando los fracasos, es importante evitar una censura tan severa que nos conduzca a la frustración. Debemos incorporar comprensión y empatía en el análisis, tanto personal como hacia el equipo.
Es conveniente que la evaluación sea balanceada entre la autocrítica y la satisfacción por los avances; ponderar el contexto y los esfuerzos. Recordemos que el equipo está encargado de continuar con la labor y es fundamental la motivación para hacerlo.
Este contrapunto de perspectivas, que subraya fallos, identifica aciertos y entiende las circunstancias, crea las condiciones para un aprendizaje más humano y duradero. Aceptar que el error es parte del progreso profesional alivia el peso del fracaso y refuerza la tenacidad y compromiso del equipo, fomentando la gratitud y la valoración de esfuerzos y logros, lo que resulta en un acto unificador y fortalecedor.
Por ende, la introspección es una herramienta valiosa de crecimiento. No se limita a un examen superficial, sino que implica un análisis profundo del impacto de nuestras acciones.
Sugiero llevar a cabo un registro de aprendizajes, en función de los éxitos obtenidos, los retos enfrentados y los fallos sufridos. De aquí se derivan preguntas trascendentes como ¿qué podemos hacer para qué no vuelvan a ocurrir los problemas? ¿qué es conveniente repetir? ¿cuáles modificaciones podrían generar mejores resultados?, etc.
La reflexión no es un fin, sino un medio para diseñar el futuro con estrategias y acciones definidas. En este proceso, es esencial que el liderazgo evalúe, alineando objetivos con la realidad operativa. Los propósitos para el próximo año deben ser desafiantes, pero sensatos, para crear un ambiente de motivación y apoyo.
Además, es crucial diferenciar la compasión de la complacencia. Aceptar los errores no es rendirse, es una muestra de capacidad para superar y adaptarnos. Una dirección empática es, por tanto, esencial para alcanzar la excelencia.
Esta época es valiosa para recalibrar nuestras brújulas internas, asegurándonos de que avanzamos hacia un destino significativo y perdurable. Este tiempo, aunque agitado, debe ser también un espacio para el reconocimiento.
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