Lujo extremo, ¿éxito o espectáculo?
- Alberto Tovar
- hace 3 días
- 2 Min. de lectura

Hace unos días escuché a un empresario decir que su compañía estaba en “el mercado del éxito”. Aclaró que no vendía productos de lujo, sino “símbolos que representan la demostración visible del éxito personal”. Bien por él: conoce su mercado. Sin embargo, me quedé pensando en la razón por la que sentimos la necesidad de gastar tanto dinero para lucir la riqueza.
Bolsas, tenis, relojes o autos pueden alcanzar precios desproporcionados, no por su funcionalidad sino por lo que representan. Esa lógica da origen a un segundo mercado: el de los “wannabe,” quienes aspiran a imitar ese estilo de vida. Personas que, sin los recursos suficientes, buscan aparentar, destinando verdaderas fortunas a objetos que cumplirían la misma función si fueran de marcas menos ostentosas.
Detrás de esta conducta hay un fenómeno psicológico relacionado con la comparación social. Desde hace más de un siglo se habla del “consumo conspicuo” como un impulso por adquirir bienes no por su utilidad, sino por el mensaje que comunican. Las redes sociales han amplificado esa dinámica al convertir la vida cotidiana en una vitrina pública.
A ello se suma el llamado “efecto Diderot”. Cuando incorporamos un objeto considerado especial, sentimos la necesidad de rodearlo de otros “a la altura”. Quien compra un reloj de lujo pronto percibe que su auto, su ropa o incluso su casa ya no corresponden a esa nueva escala. Así, el consumo se convierte en una espiral en la que cada adquisición impulsa la siguiente.
Esa lógica nos lleva a confundir el éxito real con el éxito aparente. El primero se apoya en logros que generan estabilidad, crecimiento y libertad personal. El segundo depende de la mirada ajena. Cuando el éxito necesita ser exhibido, se transforma en espectáculo. Y esa búsqueda de reconocimiento tiene un costo alto, financiero, emocional y, a veces, ético.
Es visible en quienes se endeudan para mantener las apariencias o en los llamados “nuevos ricos” que, al perder su fuente de ingresos, malvenden sus bienes para sobrevivir. También en empresarios que, en tiempos de crisis, recurren a la venta de obras de arte, yates o aviones para salvar la compañía. Es la paradoja del lujo: poseer mucho, pero carecer de liquidez.
Propongo una medida distinta: valorar el éxito por la tranquilidad de dormir sin deudas, por la capacidad de sostener un patrimonio que brinde estabilidad a largo plazo, por el crecimiento de la empresa o del proyecto personal y, sobre todo, por la posibilidad de ayudar a otros.
Entiendo, se trata de una necesidad emocional, al querer sentirnos validados, aunque conviene cuidar que esa validación no termine costándonos más que el bienestar que deseamos alcanzar.
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