Convertirte en el CEO de tus propias finanzas
- Alberto Tovar
- 20 mar
- 2 Min. de lectura

¿Te has preguntado cuántas horas a la semana entregas a la compañía donde trabajas? Por lo regular, perseguimos los objetivos de la empresa, sin dedicarle la misma seriedad la economía familiar. Ese escenario cambia si asumimos el rol de “director general” de nuestras finanzas.
En el ámbito corporativo, armar un presupuesto y hacer planes anuales es esencial. Las empresas proyectan ingresos, calculan costos y dirigen sus esfuerzos a áreas estratégicas. En contraste, a menudo tratamos el dinero sin rumbo preciso, con gastos que surgen sin intención clara. Diseñar un plan personal requiere un método sencillo: hay que enumerar cuánto percibes y cómo utilizarlo, priorizando el ahorro y las metas de largo plazo. La transparencia en estos cálculos brinda la oportunidad de optimizar recursos y cerrar fugas que deterioran nuestra economía.
La gestión del flujo de efectivo guarda un parecido entre la administración corporativa y la del hogar. Una empresa despreocupada de su liquidez arriesga el pago de la nómina e incluso el cumplimiento con proveedores. En lo personal, enfrentar la quincena sin fondos desequilibra la economía y alienta el uso excesivo de la tarjeta de crédito, debilitando nuestras finanzas. Por esa razón, resulta esencial planificar los gastos fijos, y asignar un porcentaje para imprevistos.
La deuda en ocasiones funciona como aliada, similar al apalancamiento empresarial que fomenta el crecimiento. Una compañía toma créditos con la expectativa de beneficios mayores que los intereses, por ejemplo, al comprar maquinaria o al ampliar su mercado. En nuestra vida financiera, comprometer recursos con criterio conlleva invertir en educación o adquirir un bien raíz que incremente su valor. Sin embargo, arrastrar saldos en la tarjeta de crédito por entretenimiento o compras impulsivas encierra a cualquier persona en un círculo vicioso difícil de romper.
La familia, como consejo de administración, ejerce un papel decisivo al fijar objetivos definidos y esquivar sobresaltos. Cuando cada integrante comprende la importancia de ahorrar, distinguir entre deseos y necesidades y trabajar por metas compartidas, surge un entorno cohesionado y consciente. Además, conviene llevar a cabo evaluaciones frecuentes —equivalentes a auditorías— para medir cómo va el presupuesto en función de las prioridades.
Mientras la empresa busca utilidades sostenibles a lo largo del tiempo, la familia quiere forjar un patrimonio. Por esta razón, además de administrar los recursos, ahorrar e invertir con eficiencia, debe de procurarse el aumento de los ingresos y escalar hacia mayores niveles de riqueza.
Más allá de tener un buen desempeño laboral, cobra especial relevancia la capacidad de dirigir nuestras finanzas con la misma determinación dedicando esfuerzo y tiempo con el fin de tener seguridad y bienestar.
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