¿Cuántas veces hemos sido testigos o protagonistas de un desacuerdo? A menudo, la solución radica en un diálogo comprensivo o en la resignación, permitiéndonos seguir adelante. Al trasladar esta situación al ámbito de las empresas familiares, la dinámica se convierte en algo más complejo.
Ante conflictos entre individuos, suele buscarse una resolución justa y conforme a derecho, identificando un equilibrio en el que ambas partes cedan en algunos puntos para lograr un acuerdo provechoso. Si embargo, en torno a las familias empresarias, el contexto adquiere una delicadeza particular debido a las relaciones emocionales.
Es probable que hayamos escuchado o atestiguado disputas de parientes en los negocios, con agresiones físicas o verbales. Tales circunstancias nos llevan a reflexionar acerca de la necesidad de hallar respuestas constructivas. Estoy convencido de que, con una perspectiva adecuada, es factible alcanzar consensos que propicien una coexistencia armoniosa y salvaguarden el legado compartido.
Debe subrayarse que el mayor activo de una compañía familiar no el dinero, las propiedades o los fierros de la fábrica, sino la familia en sí. Es crucial velar por ella.
La complicación nace de la mezcla de los roles familiares y los empresariales, con regularidad dramatizados por una figura autoritaria, además de vivencias de traumas, resentimientos o desinterés.
La función de un mediador o coach es básica para determinar normas precisas de interacción y metas cuantificables. He presenciado reuniones gobernadas por líderes dominantes que silencian opiniones y otras en las que las discusiones están llenas de insultos y descalificaciones. Es importante conducirlos hacia conversaciones que fomenten el diálogo y los acuerdos razonables.
Algunas propuestas para encarar estos desafíos son:
- Definir reglas específicas para las reuniones.
- Entender la trascendencia de los consensos para el presente y las generaciones venideras.
- Diferenciar entre lo justo y lo legal, reconociendo los espacios de acción y apertura al cambio.
- Clarificar y comprender las expectativas de cada uno de los miembros de la familia.
- Gestionar emociones, utilizando instrumentos como empatía, aclaraciones y disculpas.
- Valorar progresos paulatinos en lugar de respuestas apresuradas, que pronto se pierden.
Es crucial aceptar que las desavenencias no atendidas tienen repercusiones que trascienden a la familia, impactando a colaboradores, proveedores, clientes y al prestigio del negocio.
Incluso si existe una relación en armonía, es fundamental consolidar canales sólidos de comunicación previos a la aparición de diferencias. La intervención también es una actividad que previene y enriquece a través de sesiones habituales junto a expertos, asegurando una interacción idónea.
Afrontar estos retos no es sencillo, pero es una inversión invaluable para evitar la fragmentación y la pérdida patrimonial. Cada situación es única, y aunque el camino hacia el acuerdo puede variar, el objetivo siempre debe ser la unión y el progreso común.
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