Sabemos que el dinero, más allá de ser una herramienta, despierta emociones, deseos y ansiedades que reflejan la complejidad de la naturaleza humana. La psicología detrás del manejo de las finanzas ha evolucionado con el tiempo, y las diferentes generaciones lo valoran de distintas maneras dependiendo del contexto en donde se desarrollaron.
Para los Baby Boomers, el trabajo arduo y la estabilidad son principios fundamentales. Consideran que poseer bienes raíces representaba la seguridad económica; una casa es más que un lugar para vivir, es un símbolo tangible de éxito y solidez. Aunque usan el crédito, lo hacen con prudencia y evitan deudas innecesarias, prefiriendo inversiones tradicionales. La lealtad hacia el empleador y la importancia de los planes de pensión son valores muy arraigados, reflejando una confianza en las instituciones que ofrecen seguridad a largo plazo.
La Generación X experimentó un periodo de transición tecnológica y fue testigo de crisis económicas como la recesión de los años 80. Este contexto generó en ellos cierta desconfianza hacia las instituciones tradicionales. Si bien valoran el éxito profesional, también se enfocan en equilibrar la vida personal y laboral, buscando un punto medio entre el trabajo y sus intereses. Su comportamiento financiero incluyó un mayor uso de tarjetas de crédito. Comenzaron a invertir en acciones y fondos, pero lo hicieron con cautela, conscientes de los riesgos de los mercados.
Los Millennials, hijos de la era digital, fueron marcados por la crisis de 2008. El incremento en los costos de educación y vivienda limitó su capacidad para alcanzar metas tradicionales. Para esta generación, las experiencias tienen más valor que los bienes materiales. Viajar, desarrollar habilidades y encontrar un propósito en el trabajo son prioridades que trascienden la acumulación. Aprovechan al máximo la tecnología para gestionar sus finanzas. Muestran interés en inversiones alternativas como el crowdfunding y las criptomonedas, a pesar de su volatilidad y falta de regulación.
La Generación Z es la primera que ha crecido en un mundo totalmente digital. Criados en un entorno tecnológico y enfrentando el impacto de la pandemia de COVID-19, estos factores han influido en su perspectiva económica. La sostenibilidad y la ética son prioridades para ellos, buscando marcas que reflejen estos valores. Tienden a ser cuidadosos con el gasto y evitan la deuda, prefiriendo ahorrar e invertir desde jóvenes. Su comportamiento financiero está estrechamente ligado a la tecnología; con métodos de pago digitales y menos interés en el efectivo o las tarjetas de crédito tradicionales.
El dinero es más que cifras; es una parte esencial de nuestra identidad y cultura. En un mundo en constante cambio, fomentar la educación financiera intergeneracional es clave para construir un futuro económico más resiliente y consciente.
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