En noviembre pasado lancé la pregunta de si estamos preparados para una recesión económica, porque ya había indicios de que el 2019 sería un año fácil en términos productivos. En este sentido, la reducción de la estimación media de crecimiento de sólo 1.6 por ciento por parte del Banco de México nos pone cerca de un posible descalabro que afecte con seriedad las fianzas personales.
Desvalorar el pronóstico del instituto Central, como algunos políticos lo han hecho, en lugar de dar tranquilidad, genera la preocupación de desatender lo que los mercados están previendo.
En principio fue Fitch quien advirtió del golpe que significa el mayor riesgo de los bonos de Pemex y luego Standard & Poor´s quien mueve la perspectiva de calificación de México de estable a negativa, precisamente por el menor crecimiento.
Existe el peligro de entrar a una espiral en donde las expectativas van haciendo que los eventos se concreten más rápido. Por una parte, se mezcla el fantasma de bajo dinamismo mundial, con un gobierno que cambia la forma de operar y detiene proyectos trascendentes, lo cual lleva a la cautela de la iniciativa privada.
La formación de capital responde a la previsión futura y se detiene en la medida en que las proyecciones son malas. Esto también se ve reflejado en menores índices de consumo interno; la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales de México (ANTAD) reportan una desaceleración en las ventas en enero.
El mecanismo con el cual trabaja este efecto adverso es claro. Primero, la reducción de las ventas conduce a la elevación de inventarios, induciendo una caída de los pedidos a mayoristas y fabricas, sobreviniendo un ajuste en turnos de producción y despido de personal.
Pareciera lento, pero los esquemas de justin time en las compañías provocan que las consecuencias se detonen rápido.
En términos individuales es recomendable ser precavidos, porque ante una recesión todos los sectores de la economía tienden a caer y se complica el desplazamiento de mano de obra de una actividad a otra.
Según el Índice de Confianza del Consumidor el optimismo se encuentra en su nivel más alto y no se trata de ser negativo, sino de registrar este escenario en nuestra toma de decisiones, sobre todo porque es posible. Bajo esta premisa, cada quien determinará la manera adecuada de actuar, dependiendo de las circunstancias.
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