Dos imágenes alternas se me vienen a la mente cuando pienso en los desastres naturales. Quienes lloran sobre su casa arrasada, sin poder entender lo que sucedió y la de quienes empiezan a levantar los escombros para rescatar algunas prendas e iniciar la reconstrucción. Es similar cuando cae un meteorito financiero en nuestras vidas.
Hay hechos que rebasan lo que sería un simple problema y se convierten en verdaderas tragedias económicas. Es diferente vivir al día, que estar a punto de perder la vivienda o ser incapaz de sufragar los gastos diarios esenciales por haber sido despedido del trabajo.
El tiempo es uno de los recursos imposible de recuperar; por eso es imprescindible usarlo en forma eficiente y si bien se va a llorar sobre las cenizas de lo que quedó, es fundamental que sea rápido para poner manos a la obra y detener la embestida. A esto le podríamos denominar resiliencia financiera; como la capacidad de reponerse de los sufrimientos económicos.
Dicha actitud la tienen desarrollada los emprendedores, quienes son capaces de fracasar varias veces y vuelven a levantarse para crear sus negocios.
No conozco ninguna situación difícil que pueda ser resuelta de manera sencilla. Que va desde vender bienes preciados o armarse de humildad para solicitar ayuda a la familia. Entre más tarde actuemos, el problema se complicará.
La negación y pensar que se solucionará solo, es un error; conduce a ir parchando con adeudos la insolvencia y cuando menos se acuerda nos encontramos en una posición inmanejable, que con seguridad trascenderá al plano familiar con un conflicto serio.
El primer paso es “meter la cabeza al congelador”. Analizar la gravedad de los hechos, sus alcances y riesgos posteriores. Luego, hacer una lluvia de ideas sobre cuáles podrían ser “todas” las salidas y considerar incluso las que molesta o quisiéramos evitar. Involucrar a la familia en esta etapa es recomendable porque enriquece las opciones y los concientiza de la tarea a realizar.
Después de que se tienen los posibles cursos de acción, disponerlas en una “matriz de esfuerzo-resultado” calificándolas en función de estos dos conceptos en niveles de alto, medio y bajo. Lo anterior permitirá tener un mapa de alternativas muy claro.
Habrá de iniciar con las acciones de “bajo esfuerzo y alto impacto”, para al final dejar las de “alto esfuerzo y bajo impacto”.
Así que manos a la obra y a reconstruir.
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